martes, 26 de agosto de 2014

Cuatro días consecutivos

Llevábamos bastante tiempo con la idea de colocar alguna estantería por el piso, donde poder almacenar libros y ganar espacio, porque literalmente los libros van invadiendo cualquier espacio libre de la casa. Nuestra primera idea fue llamar al carpintero y pedirle que nos hiciera una librería en una esquina del salón, pero echamos por encima unos números gordos, pero se nos iban fuera de la gráfica de la microeconomía doméstica. Imposible.

Pasó el tiempo y los libros, como los hongos en los pies de los nadadores de piscinas, extendían su ocupación por todo lo ancho de la planta del piso. No había manera de controlarlos. Había que tomar una decisión inmediata.

Fuimos a Ikea, mi santa, los niños y yo. Como otras veces, lo hicimos por impulso, sin pensar demasiado Decidimos plantarnos en Ikea sin consultar el catálogo, ni Internet, ni nada. A pelo. Un par de medidas por unos cuantos huecos de la casa y a ver qué nos encontrábamos. Un genuino día de cacería. Nos montamos en el coche, metro en mano, y nos plantamos en Ikea. Estaba cerrado. Si Ikea cerraba dos días al año, fuimos el que cerraba. Fiesta local en Málaga. La primera en la boca.

Al día siguiente -tras consultar por Internet que estaba abierto, ésta vez sí- nos presentamos allí. Tres horas llenando el carro de cosas útiles pero que no necesitábamos. Que si unas perchas, algunos vasos y una jarra, un plafón de techo para sustituir el que Miguel rompió, unas pilas, algunos marcos de fotografías, una alfombrilla de baño, algunas velas con olores exóticos, una especie de cepillo para la ropa, una pinza de cocina, seis salvamanteles, un peso (¡ay!) y unos cuantos artículos más que ahora no recuerdo. Pero de estantería para los libros sólo nos trajimos unas cuantas ideas, que por otra parte no hicieron más que emborronar nuestro inicial esbozo mental.

Tercer día consecutivo. Volvimos a Ikea. Otra vez atravesamos sus puertas mecánicas, mi santa, los cachorros y yo. Ésta vez tuvimos que ir primero a devolver los salvamanteles que habíamos comprado el día anterior. No nos pareció que quedaran muy bien, pero no pudimos devolverlos porque no aparecían en el ticket. Es decir, no nos los habían cobrado y no nos lo podían devolver, evidentemente. Así que ahora tenemos en casa seis salvamanteles obsequio de Ikea -se ve que no escanearon bien el código de barras-. Entramos, pues, con la única intención de comprar las estanterías que, tras consultar el catálogo online,  habíamos decidido previamente en casa, sin interrupciones ni cambios de ideas posibles. No estaba permitido traernos nada más. Nos trajimos ocho estanterías, dos almohadas, cuatro fundas de almohadas y algunas fundas del colchón y yo que sé qué más. Pero al menos, suspiré, nos llevábamos las estanterías.

Esa misma tarde coloqué las dos primeras estanterías en el cuarto de los cachorros, pero desde el primer momento, como en una tragedia Shakesperiana, comprendimos que algo estaba podrido en Dinamarca. Las estanterías que compramos estaban bien para colocar tres cajas de puzzles, cuatro peluches y dos muñecas, pero los libros, me dije, son palabras mayores, de mucho más peso. Efectivamente, consultando el manual de uso, comprobé que no era apta para sostener más de 15 Kg en su 1,10 m de longitud. ¿Cuánto pesa 1,10 m de libros? Agarré el peso y coloqué a boleo 1,10 m de libros encima -el metro lo tenía a mano-. La pantalla marcaba en rojo intermitente 19 Kg. Es decir, tendríamos que descambiarlas. Otra vez habría que volver a la tiendecita de los cojines.

Cuarto día consecutivo. Hasta el prepucio de ir a Ikea. Devolvimos las seis estanterías (éstas sí que las habían cobrado) y también un juego de fundas de almohadas. Y casi con los ojos cerrados fuimos a comprar la estantería que definitivamente ahora, tras transportarla ajustadamente a todo lo largo de nuestro coche, adorna coquetamente una pared de nuestro dormitorio.

Ni que decir tengo que aquella misma tarde, tras pasar por la ferretería, monté la estantería, y ahora, cuando entramos en el dormitorio, el nuevo olor a madera conglomerada ¿aglomerada? que desprende la estantería nos parece que estamos de vuelta en Ikea. ¡Horror!

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