martes, 26 de junio de 2012

Automat - Edward Hopper

Unos de los pintores cuya obra sin duda despierta un sentimiento más intenso en mí es el pintor norteamericano Edward Hopper. En realidad resulta complicado explicar esa exaltación o apasionamiento de los sentidos que sus cuadros producen en mí, pero sé que cuando me sitúo delante de una obra de Hopper vibra en mí una inmensa sensación de agradecimiento que hace que me invada un entusiasmado alborozo, casi embriaguez, una placentera felicidad que provoca unas enormes ganas de salir corriendo a la primera tienda donde sea posible comprar un lienzo, pinceles y pintura. ¡Qué fácil parece! ¡Y qué difícil debe ser! Creo que esa es una de las principales virtudes de las grandes obras: parecen tan sencillas que te preguntas cómo nunca nadie las realizó antes.

Hopper consigue exactamente eso. Sus cuadros parecen sencillos pero dentro de cada obra existen infinidad de preguntas esperando la respuesta individual de cualquiera que se encuentre delante de ellas.


La obra que elijo hoy es Automat, una de mis obras favoritas de Hopper. Un cuadro pintado en 1927, presentado por primera vez el día de San Valentín de ese año. El cuadro a primera vista no parece tener mucho que decir: una mujer sentada sola en la mesa de una cafetería o restaurante, con una taza de café, aparentemente, en una noche fría, pues todavía lleva abrigo, un guante y sombrero. Pero como suele ocurrir en las obras de Hopper el silencio es tremendamente comunicativo. Un retrato solitario, pensativo, triste si cabe, en un escenario hipnótico, de ambiente desolador, íntimamente sombrío, donde se oculta un misterio y muchas preguntas: ¿acaba de llegar o se dispone a partir? ¿por qué está sola? ¿espera a alguien?, desde luego parece maquillada y bien arreglada, ¿la dejaron plantada, o quizás mantenía una relación prohibida y su pareja ya se fue? ¿una ruptura quizás? ¿es el observador, el pintor, alguien sentado en una mesa desde donde se ve la escena? ¿es el calor de la taza lo que la mantiene aún en el bar o es la sensación de que la taza es a lo único a lo que se puede agarrar? ¿es la profunda oscuridad exterior o las sombras cortantes en el suelo lo que la hacen parecer tan vulnerable? ¿o es la mirada cabizbaja lo que sugiere esa fragilidad?

A mí, sin embargo, me gusta pensar que salió del trabajo y paró a descansar, intentando demorar la vuelta a casa, tomándose un café y un pastel -hay un plato vacío en la mesa-, un alto en el intenso día de trabajo antes de la vuelta a casa de sus padres, con los que aún compartiría hogar. Ya ven, cada uno da la interpretación que más le apetece, incluso pueden variar según el día.

En mi opinión Hopper era ese pintor silencioso, pensativo, de atmósferas minimalistas que no pintaba para dar respuestas sino para hacer preguntas.

He querido hacer coincidir esta entrada con la exposición de setenta y pico obras de Hopper -ahora no recuerdo el número- en el Thyssen- Bornemisza de Madrid. Una oportunidad única. Créanme si les digo que sufro enormemente mi imposibilidad de asistir. Así que si tienen la oportunidad, por mínima que ésta sea, por favor, no la dejen escapar.

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