El jueves 13 de agosto a las doce del mediodía tomamos mi señora y yo un vuelo directo desde el aeropuerto de Málaga con destino a Amsterdam. Así iniciábamos un viaje planeado meses atrás, en el que teníamos la esperanza de disfrutar de muchas cosas, pero sobre todo descansar un poco de la rutina diaria de criar a nuestros niños. Angelitos ellos.
Aterrizamos en Amsterdam, recogimos impacientemente las maletas y justo debajo del mismo aeropuerto tomamos un tren dirección a la moderna Rotterdam. Llevábamos prisa porque a última hora habíamos improvisado la asistencia a un concierto de Pearl Jam en la ciudad y andábamos justitos de tiempo. Finalmente tuvimos tiempo suficiente para desplazarnos hasta el hotel, realizar el check in, subir a la habitación, cambiarnos y llegar al concierto.
Una vez en la lujosa habitación de un hotel de cinco estrellas -caprichito que nos dimos-, después de una buena ducha reparadora, tumbado sobre una inmesa cama, cerré los ojos esperando que el sueño me envolviese, al mismo tiempo que disfrutaba de la sensación de sentirse uno satisfecho de haber podido vivir un día tan lleno de emociones.
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